
Madrid.— Luego de varios días de especulación mediática, Alejandro Sanz rompió el silencio ante las declaraciones de Ivet Plana, una joven que trabajó brevemente con su equipo y que asegura haber tenido una relación íntima con el cantante. A través de una historia en Instagram, Sanz reconoció que ambos compartieron una etapa cercana como “personas adultas compartiendo su cariño, siendo libres”, pero lamentó que ahora esa conexión se utilice en su contra.
La situación tomó un giro más claro cuando Sanz reveló que, apenas en mayo de este año, Plana le propuso invertir en negocios familiares suyos, propuesta que él rechazó tras consultarlo con sus asesores. Desde entonces, surgieron los señalamientos públicos. “Siento que tu reacción sea esta, pero quiero que sepas que nunca he sido partícipe de estas prácticas”, escribió, dejando entrever que la acusación responde a un intento fallido de obtener algo más allá del vínculo personal.
Este tipo de casos deben analizarse con responsabilidad. Ivet Plana ha dicho claramente que cualquier relación se dio cuando ya era mayor de edad, y sin que haya indicios de presión, coacción o violencia. Presentarse después como víctima, años más tarde y justo tras una negativa económica, no solo genera sospecha: banaliza las verdaderas denuncias de abuso que tantas mujeres sí enfrentan. No todas las feministas pueden, ni deben, respaldar a alguien que elude su propia responsabilidad emocional en una relación entre adultos.
Alejandro Sanz, por su parte, ha respondido sin escándalo ni ofensas. Simplemente ha marcado distancia, con claridad y dignidad. Mientras tanto, habrá que preguntarse cuántas veces más veremos a figuras públicas ser expuestas no por lo que hicieron mal, sino por lo que decidieron no conceder.