
Una gran movilidad se manifiesta a nivel físico, mental y emocional con la esperanza que trae consigo la llegada de un autobús. Un autobús que partió cargado de recuerdos y hoy regresa transformado en realidad. Los pensamientos y las sensaciones se desbordan en el ser. En la espera se encuentran aquellas memorias, sueños y huellas del pasado.
El anhelo y la alegría se sincronizan al ver, por primera vez, a esa persona que ha rondado la mente durante tanto tiempo, en la espera de un familiar, el reencuentro de un amor que nunca fue, o el regreso de un amor separado por la distancia. El momento de reconectar las miradas es un regalo. También lo es la llegada de noticias inciertas, ya sea agradables o desagradables, expresadas en cartas marcadas por el pulso del deseo. Los regalos esperados, llegados de lugares desconocidos, creados solo en la imaginación, traen consigo la inquietud de revivir momentos a través de aromas únicos que marcan la piel. Cada centímetro del cuerpo guarda la nostalgia de aquellos olores significativos atados a la escena del tiempo y a la persona.
El sonido ensordecedor del autobús que llega acerca el momento de sentirnos y despierta en mí la ansiedad pasional de compartir los latidos inquietantes del corazón, que parecen querer escapar del pecho. No solo trae maletas, sino que viene cargado de ilusiones, alegrando el espíritu, haciendo que el tiempo en la mente se detenga. Las imágenes se atesoran, no para ser borradas, sino para permanecer en la memoria. La inquietud de retomar conversaciones inconclusas, las palabras no dichas, los silencios ruidosos expresados en lágrimas, sollozos que reflejan el dolor de la separación y la incertidumbre de lo que sucederá en el encuentro. Al final, el sentir la energía de la persona será lo que marque el cambio de la espera. Ese autobús, esa espera, será memorable en la vida.