
China ha intensificado sus ejercicios militares alrededor de Taiwán con una frecuencia y escala que no se veían desde hace décadas. A cada gesto político de la isla –como visitas diplomáticas o elecciones presidenciales–, Pekín responde con maniobras militares que incluyen aviones de combate, misiles balísticos, portaviones y simulacros de bloqueo. El mensaje es claro: si Taiwán sigue coqueteando con la independencia, habrá consecuencias… al estilo del gigante asiático.
Desde las históricas maniobras tras la visita de Nancy Pelosi en 2022, hasta los ejercicios “Joint Sword” en 2023 y 2024 tras los viajes o discursos de líderes taiwaneses, China ha pasado de la advertencia verbal a los hechos armados. Solo en mayo de 2024, días después de la toma de protesta del nuevo presidente William Lai, la armada y fuerza aérea china prácticamente cercaron la isla en una muestra de fuerza que Pekín calificó como “castigo severo” para los “separatistas”.
Taiwán, por su parte, mantiene la calma ante la tormenta, denunciando los ejercicios como provocaciones injustificadas mientras activa su defensa y reafirma su soberanía. Estados Unidos, Japón, Australia y otros aliados no se han quedado callados, condenando las acciones de China como peligrosas e irresponsables, aunque todos caminan en la delgada línea de evitar una confrontación directa. A todo esto, China ni se inmuta y continúa sus patrullajes, incluso en zonas como el estrecho de Bering o el Mar de China Meridional.
Más allá del simbolismo, los ejercicios chinos muestran una estrategia clara: establecer una nueva “normalidad” donde su presencia militar sea constante, erosionando la autonomía de Taiwán sin disparar un solo tiro… al menos por ahora. Pero con cada maniobra, el riesgo de un error –o de una guerra– crece. Y el mundo, aunque intenta calmar las aguas, no puede dejar de mirar el estrecho de Taiwán con creciente preocupación.
