
No todos los imperios nacen de un gran plan de negocios. A veces, comienzan con una simple parrilla, un sueño y el apoyo incondicional de la persona correcta. Así fue como El Pollo Loco se convirtió en un fenómeno, gracias al esfuerzo de Juan Francisco “Pancho” Ochoa y su esposa, Flérida Ochoa, quienes juntos dieron vida a una de las cadenas de comida más queridas de México y Estados Unidos.
Antes de encender el carbón, la familia Ochoa tenía una zapatería en Guasave, Sinaloa, administrada en gran parte por Flérida. Pero Pancho tenía otra visión: vender pollo asado con una receta que había perfeccionado. La idea no era convencional, pero Flérida creyó en él. Vendieron su zapatería y lo apostaron todo a su nuevo proyecto: El Pollo Loco.
Con una parrilla improvisada y 25 pollos diarios, iniciaron el negocio en 1975. Flérida no solo administró el restaurante, sino que también estuvo al frente, atendiendo clientes y asegurándose de que cada detalle fuera perfecto. Su dedicación y trabajo en equipo hicieron que, en poco tiempo, las filas fueran interminables y la demanda superara cualquier expectativa.
El éxito fue tan grande que, para 1980, El Pollo Loco cruzó la frontera y llegó a Los Ángeles, California. Pero la rápida expansión trajo desafíos financieros. En 1983, Pancho tomó la difícil decisión de vender la franquicia en Estados Unidos a Denny’s, aunque en México la marca siguió creciendo con la misma esencia y sazón.
Flérida no solo jugó un papel clave en El Pollo Loco, sino que también influyó en el éxito de otro negocio familiar, Palenque Grill, donde introdujo recetas tradicionales que hicieron del restaurante un éxito. Su toque y visión siempre fueron parte del crecimiento de la familia Ochoa.
Porque los sueños no se construyen solos, se forjan con amor, trabajo y un poco de carbón.