
Después de cuatro décadas de espera, la DEA finalmente logró lo que tanto anhelaba: Rafael Caro Quintero ya está en Nueva York, listo para enfrentar la justicia estadounidense. El llamado “Narco de Narcos” fue extraditado sin previo aviso y ahora enfrentará un juicio por el brutal secuestro, tortura y asesinato del agente Enrique “Kiki” Camarena en 1985, un crimen que marcó un antes y un después en la lucha antidrogas de Estados Unidos.
Para la DEA, este no es solo un arresto más; es un acto de justicia histórica. Caro Quintero fue el hombre que les declaró la guerra cuando el narcotráfico en México aún era incipiente, y su impune fuga en 2013 dejó a la agencia en ridículo. Ahora, su llegada a Nueva York significa que su destino ya está sellado: con una montaña de cargos en su contra, es casi seguro que pasará el resto de su vida tras las rejas.
Pero más allá de la satisfacción simbólica, este golpe también tiene implicaciones estratégicas. Con Caro Quintero en su poder, la DEA podría obtener información clave sobre la relación entre los cárteles y el poder político en los años 80, así como posibles conexiones con la estructura actual del crimen organizado. Si decide hablar, podría sacudir aún más las relaciones entre México y Estados Unidos en materia de seguridad.
Mientras tanto, la DEA celebra este triunfo como una advertencia para otros capos: no importa cuánto tiempo pase, siempre irán tras ellos. Aunque el presente del narcotráfico está dominado por nuevas figuras y la crisis del fentanilo, la captura de Caro Quintero es una prueba de que la agencia antidrogas nunca olvida. Y ahora, en Nueva York, se encargará de que su viejo enemigo tampoco lo haga.