Hoy se conmemoran 76 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, un hito que buscó garantizar la dignidad y los derechos fundamentales de todas las personas, sin distinción. No obstante, la realidad dista de este ideal.
Un ejemplo de esta brecha es la prisión de Saydnaya, en Siria, una instalación subterránea de cuatro niveles donde miles de personas habrían sido sometidas a condiciones infrahumanas. Allí, se han documentado miles de torturas y el hallazgo de entre 40 y 50 cadáveres, lo que la ha convertido en símbolo de la represión contemporánea.
La deuda con los derechos humanos trasciende Siria. Millones de migrantes en el mundo enfrentan obstáculos similares: muros, campos de detención y condiciones degradantes. La tortura, la persecución y la exclusión no son vestigios del pasado, sino realidades actuales. Si la comunidad internacional no garantiza la dignidad de los más vulnerables, la deuda con la humanidad seguirá creciendo.